1. El latín pertenece a la familia de lenguas indoeuropeas,
también llamadas indogermánicas. El indoeuropeo es una lengua hipotética, de la
que no quedan residuos ni documentos escritos, aunque casi todos los lingüistas
coinciden en que existió y tuvo su origen en el valle del Indo, en la lejana
India. Se han hecho incluso esfuerzos por reconstruir dicha lengua, tomando
palabras semejantes en cada uno de los idiomas descendientes de ella (alemán,
inglés, griego, latín, etc.) y aventurando un término originario de ellos. Para
tal tarea se suele echar mano de términos que raramente son sustituidos por
otros y que están presentes en todas las lenguas desde tiempos inmemoriales,
como “padre”, “pan”, “caballo” y otras. Estas palabras suelen resistir
fuertemente los cambios e influencias de otras lenguas porque son utilizadas
desde el principio de las civilizaciones y sus hablantes se resisten a
cambiarlas por otras, ya que las usan a diario. Un estudioso llegó a
reconstruir un cuento entero en el hipotético indoeuropeo. En los libros sobre
lingüística, las palabras reconstruidas suelen aparecer con un asterisco (*)
antepuesto.
2. El latín debe su nombre a que tuvo su origen en el Lacio,
llamado antiguamente Vetus Latium (“antiguo llano”).
3. Es una lengua sintética, al contrario que el castellano,
que es principalmente analítica. Esto quiere decir que para representar los
casos o funciones (complemento directo, complemento del nombre, etc.) utilizaba
la flexión, mientras que las lenguas analíticas usan palabras añadidas. Por
ejemplo, en latín “rosa” se decía igual que en castellano, pero para decir “de
la rosa” debía decirse ROSAE, y para decir “con las rosas” se debía decir
ROSIS. En la actualidad sigue habiendo lenguas sintéticas, como lo es en parte
el alemán, que sigue teniendo declinaciones.
4. La razón de que la mayoría de las palabras en castellano
acaben en -a es que también lo hacían en el acusativo latino (ROSAM). La -M
final del acusativo casi no se pronunciaba incluso en tiempos de la antigua
Roma mas que en ambientes refinados y cultos. Las palabras derivadas del latín
que en castellano acaban en -o tienen su origen en términos latinos cuyo
acusativo acababa en -UM. La -m final cayó rápidamente, y el castellano huyó de
las terminaciones en -u, como se puede comprobar observando la práctica
inexistencia de palabras españolas que acaban en este fonema.
5. Aunque nuestro alfabeto procede del alfabeto latino, hay
un par de letras extrañas a él. Una de ellas es la i griega (y). Su aparición
se debe a neologismos que se introdujeron en latín procedentes del griego, que
era considerado por los antiguos romanos una lengua prestigiosa y más culta que
el latín. En la Edad Media, los europeos cultos hablaban en latín; en la época
de la antigua Roma, los romanos cultos sabían griego. La i griega procede de la
letra griega ypsilón. Por su parte, la eñe tampoco estaba en el idioma de
nuestros antepasados culturales. Su origen está en la ene duplicada
(LIGNAM>lenna>leña). En la Edad Media, la -nn- se pronunciaba como nuestra
eñe. Para abreviar, los monjes que copiaban manuscritos empezaron a poner una
raya encima de la ene para indicar que ésta era duplicada, y ese es el origen
de nuestra moderna eñe.
6. En latín no existía la letra jota. Las palabras con jota
que existen en nuestro idioma proceden normalmente de la i latina, que podía
utilizarse en latín como consonante (IOCARE>jugar). Tampoco la u, cuyo
sonido se representaba con la V. Esta grafía también podía usarse como
consonante o vocal (VOLVO, ROTVLA).
7. La hache se pronunciaba en latín aspirada, de forma
semejante a como se hace hoy día en inglés. Se supone que el paso de la
aspiración a la ausencia de sonido se debe al influjo del euskera, que
desconocía el sonido de la efe. En las zonas de habla vascuence se aspiraba la
efe, y para evitar la confluencia de dos grafías distintas en un mismo sonido,
la hache perdió el suyo. Como el dialecto castellano, que fue el que se impuso
en la Península, procede de zonas muy próximas al País Vasco, la pérdida de
sonido de la hache se hizo norma general.
8. El Imperio Romano no fue latinófono en su totalidad.
Cuando se dividió, el Imperio Romano de Oriente (también llamado Bizancio) usó
el griego como lengua oficial.
9. Debido a su amplia extensión geográfica, a la influencia
de las lenguas existentes anteriormente en los territorios donde se impuso, a
su larga duración en el tiempo y a otras causas, el latín comenzó a hablarse de
forma distinta en diferentes regiones, es decir, a dialectalizarse. Con el
tiempo, los hablantes de los distintos dialectos latinos llegaron a ser
incapaces de entenderse entre ellos: habían nacido las lenguas romances. Hay
gente que considera las modernas lenguas románicas hijos bastardos y
corrompidos del latín, pero si esta teoría fuese aceptable, también podríamos
considerar al latín un hijo bastardo del indoeuropeo. Las lenguas simplemente
van cambiando sin parar hasta que llegan a ser algo distinto.
10. De las muchas lenguas distintas que surgieron de nuestra
lengua madre, hoy sobrevive aproximadamente una decena, entre las que están el
rumano, el catalán, el francés, el portugués, el gallego y por supuesto, el
italiano. Muchos lingüistas consideran el gallego, el portugués y el brasileño
dialectos de la misma lengua, como lo son el español de América, el andaluz y
el canario; y el catalán, el valenciano y el balear. Todas las lenguas
oficiales en España, excepto el vasco, proceden del latín (y algunas hablas no
oficiales que algunos consideran lenguas, como el bable asturiano). El
vascuence existía en la Península antes de la llegada de los romanos a ella, al
igual que otras lenguas, como el ibérico, pero es la única que ha sobrevivido.
Su origen y filiación sigue siendo un misterio, aunque hay quien ha querido ver
en ella al antiguo ibero, pero la verdad científica es que se desconoce su
remoto origen.
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